Es en esa Cartagena, oscura y dañina, donde David Duque, un chico de quien basta decir que «siente que perritos diminutos le caminan por el pelo» cada vez que se mete un pase de cocaína, empieza a entablar comunicación telepática con Madres y Priis, dos entidades que al parecer habitan en una Cartagena intraterrestre.